domingo, 21 de octubre de 2007

* 15.- EL LISTÓN MUY ALTO

Hay amistades que son intemporales, que no entienden de variables espaciotemporales.

Son amistades que siempre permanecen presentes, en las que ni el tiempo ni la distancia hacen mella ni crean barreras insalvables.

Sabes que se encuentran al otro lado de un teléfono sin marcar, de un correo por enviar o incluso por conocer su dirección.

Sin embargo, basta el marcado de unos tonos o el click de un ratón, para que se descuelgue el auricular o se abra un correo sin ser enviado directamente a la papelera de reciclaje.

Son como un programa de ordenador que oculto tras un protector de pantalla, reaparece con un simple movimiento del ratón.

En realidad no reaparece, siempre ha estado presente, aguardando el momento justo o siendo parte del bagaje que llevamos puesto y que forma parte integrante de nosotros.

Si existe algo después de esta vida, estas amistades nos esbozan como podría ser, viendo como sus huellas quedan en nosotros hasta tras la desaparición física de una de ellas.

He elegido la tecnología, algo tan aparentemente frío e inhumano, para introducir la amistad, para hablar de un amigo, porque quien ha recibido un correo que se sale del estereotipo, que es personal, que no es en serie, que va dirigido hacia ti y que te lo envía una persona a la que aprecias y te transmite sensaciones, aprecios, consideraciones, …; porque quien ha recibido una llamada telefónica esperada o no, deseada o sorpresiva, en la que al otro lado de la línea se encuentra un amigo auténtico que te transmite con o sin palabras, que te ayuda o comparte, entonces, sólo entonces, sabes que la tecnología, como todo, es fría o no en función de las personas y de lo que éstas son capaces de transmitir.

Hay amistades que viajan contigo, que aparecen cuando las necesitas, cuando las recuerdas, cuando aplicas lo que te han enseñado, unas veces más conscientemente que otras, pero siempre te acompañan.

Y tu lo sabes, sabes que una amistad es auténtica cuando te basta con descolgar un frío teléfono, cuando ya sabes la respuesta incluso antes de realizar la pregunta, cuando no necesitas ni las palabras.

El listón muy alto.

El listón muy alto pero no excluyente.

El listón muy alto como una madera que realiza las funciones de guía.

De guía para mostrarte que la verdadera amistad existe, que no es un tópico.

De guía para enseñarte como debe ser y la línea a seguir.

De guía para mantener la esperanza en los malos momentos que las vida nos puede deparar a todos, y saber que existe, que está ahí y que puede ser encontrada y aumentada.

Aprendí la lealtad, como ser fiel a un amigo aún perdiendo el contacto directo.

Y no lo aprendí ahora cuando lo necesité, ya me lo enseñó bastante antes.

Aprendí a colocar las auténticas amistades en un pedestal, pero no en pedestal que aleja, sino en uno de respeto y aprecio auténtico.

Supe el significado real de la palabra amigo, que va más allá de un interés bancario y nos habla del interés real.

A ser amigo a pesar de que las ideas no siempre converjan, aunque incluso se crucen y a veces choquen.

A perdonar y a brindar y recibir ayuda.

En realidad no se cuando se inició, su comienzo duerme en el baúl de los recuerdos que quizá afloren algún día cuando los recuerdos recientes se alejen. Parece que siempre existió. O fue así en realidad. Lo cierto es que siempre fue mi amigo.

Su casa y la nuestra se confundían. Tan pronto jugábamos en la del uno como en la del otro. Mis hermanos, mis primos, sus hermanas.

Los recuerdos y las anécdotas brotan, aunque no tanto como desearíamos. A veces la vida va demasiado deprisa, pero aunque se borren algunos, siempre queda su esencia.

Recuerdo una foto en la azotea de su casa vestidos con camisa blanca y pantalón azul, emulando al Tenerife, no tan de moda por aquellos tiempos como lo estuvo en un pasado más reciente, con su hermana haciendo de madrina del equipo.

O los esperados sábados por la mañana en los improvisados campos de fútbol de cualquier descampado (que pena, ya casi no existen), como el que se encontraba detrás del colegio salesiano donde jugábamos nada menos que con el Atlético de Madrid, con el que casi siempre perdíamos salvo alguna vez que lo celebrábamos como si de un campeonato mundial se tratase, o el de los ibéricos o el de los Zárates que ese ya eran palabras mayores por parecernos de gran categoría.

Recuerdo esas mañanas de los sábados con un maletín que nos había regalado un tío mío lleno de camisetas de muchos equipos.

También recuerdo los patios como el de mi casa o aceras como la que se encontraba por debajo del derruido Teatro Atlante, en los que improvisábamos pequeños partidos, que hoy en día al ver los lugares se me hace difícil entender como podíamos jugar en tan poco espacio.

Me viene a la mente un partido en el que él y mi primo jugaban en la Montañeta y convencimos mi padre y mi tío el cura para ir a verlo, y como mi padre siempre me recuerda la anécdota de cómo cuando iban perdiendo por 5 goles a 1, yo gritaba: “¡ánimo, al empate!”

Interminables horas en el Liceo viejo, jugando a tenis de mesa con raquetas desgastadas y pelotas traídas de casa de su tía. O corriendo por él hasta que nos llamaban la atención y nos hacían salir. O ya en el nuevo, corriendo detrás de los pavos del Liceo. O por los tejados de La Orotava detrás de gallos de pelea de mi tío Manolo.

Nuestras primeras bicicletas en la plaza del Llano o camino de La Montaña.

También la anécdota que siempre me recuerda de cuando nos reuníamos al acabar los cursos para celebrarlo comiendo churros de Manolo el sevillano, churrero muy afamado por aquel entonces.

Mi primo Domingo, mi hermano del mismo nombre, él y yo formábamos un verdadero equipo por aquel entonces y corríamos todas las aventuras que chicos de esa edad podían tener, muchas de las cuales están vedadas por desgracia a los actuales niños.

Recuerdo, siempre con gratitud, a su madre y a toda su familia, por el trato amable y de cariño y aprecio que siempre nos dieron, tanto a mi como al resto de mi familia. La recuerdo desviviéndose por su familia numerosa, como era habitual en la época. ¿Cómo podían nuestras madres cuidarnos y encima educarnos bien cuando hoy en día los padres se agobian hasta con un hijo? Y la prueba del algodón de que su madre lo hizo muy bien, fue el cariño y los valores que les transmitió y que se ven reflejados en él y en todas sus hermanas.

En mi mente se agolpan imágenes de su abuelo siempre con sombrero al estilo de la época, bien de uniforme o de calle. Y su abuela cuando íbamos a su casa.

Nuestra vida comenzó a tomar sendas distintas con llegada de la preadolescencia, uno de los dos momentos de la vida en la que un simple año puede ser más distanciador, junto con los primeros años de vida.

Este hecho, unido a la distancia física que supuso su mudanza de casa, llevó nuestro deambular por derroteros distintos. Y eso que él quiso tirar de mi, pero yo aún preadolescente cuando el iniciaba la adolescencia, no estaba preparado todavía.

Sin embargo, este hecho nunca supuso la pérdida de la amistad, pues él, siempre desde entonces se encargaba de recordármelo cada vez que coincidíamos, enseñándome ya por aquel entonces el valor intemporal y no dependiente del espacio que conllevan las verdaderas amistades.

Recuerdo una vez que nos vimos cerca de su casa y me invitó a ella, donde hablamos largo rato sobre mis recién aprobadas oposiciones y de las que el estaba preparando, y donde solicitó mi consejo y experiencia al respecto. Yo le di los consejos que pude referentes a los elementos comunes a todas las oposiciones y el las aprobó brillantemente. Su trayectoria laboral sólo comenzaba entonces.

También recuerdo estar a su lado en los momentos en los que lo necesitó, brindándole mi apoyo moral y ayuda, nunca más de lo que él lo hizo cuando yo lo necesité.

Es por estas razones y por otras muchas que se quedan atrás, por las que digo que puso el listón muy alto, porque aunque después han venido muy buenos amigos, me sirvió como brújula para detectar donde y quienes eran los buenos y auténticos amigos.

Por tanto, su listón fue alto en la medida no sólo de su dificultad para superarlo, sino también a la hora de saber elegir auténticos amigos.

El Reencuentro.

Este subtítulo no es del todo correcto, pues como ya he explicado nunca hemos perdido del todo el contacto y mucho menos la amistad, que trasciende a nuestras personas, para extenderse a nuestras familias, tanto que de pequeño, cuando andaba con mi primo, a él la gente lo consideraba un primo más, hasta tal punto, que aún hoy en día me tropiezo con alguna persona que para preguntarme por él, me pregunta por mi primo.

La razón de este subtítulo viene dada por la razón del aumento de nuestros encuentros y por el reforzamiento aún mayor de nuestra amistad.

Me explico.

Llevaba varios días yendo a su lugar de trabajo, cuando de pronto caí en la cuenta de que trabajaba en ese lugar. En realidad lo sabía, pero no había caído en la cuenta.

Como no podía ser de otra manera, fui a su laberíntico despacho, bueno más que su despacho, lo laberíntico venía dado por la forma de acceder al mismo.

Y ahí estaba él, mi amigo de la infancia, mi amigo de siempre.

Se alegró de verme, pero haciendo gala de esa intuición que poseen los verdaderos amigos, enseguida se dio cuenta de que no era la mejor razón para visitarlo. Y me lo dijo: "Siempre es grato verte, pero algo me dice que en esta ocasión no debería alegrame de que estés aquí".

Y lo más importante no fue la ayuda que me brindó y me brinda desde su puesto de trabajo, que no es poca, sino, repito, lo más importante es el reafirmar lo sabido: que sigo teniendo la suerte de contar con uno de los mejores amigos que se puede tener y que me ha brindado su total apoyo.

El motivo de esta entrada es el mostrarle mi sincera gratitud y fortuna por poder contar con su amistad, y a la vez, agradecer a todos los amigos que he ido teniendo a lo largo de la vida, de cada uno de los cuales he ido aprendiendo cosas y sintiendo agradecimiento, y que me permiten decir que la auténtica amistad, más allá de las decepciones que podamos tener en la vida, existe y es bastante más que un tópico relamido y desvalorizado por esta sociedad.

El listón muy alto, y la gratitud, al menos, al mismo nivel.

Gracias

Cuento asociado a esta entrada:

"Las Huellas Doradas"

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Jesús, en algunas de nuestras conversaciones has hecho alusión a este amigo y es de recibo que tenga su espacio en este rincón. Me has emocionado y casi no termino de leerlo pues mis ojos se han nublado. Este amigo a puesto la primera piedra en tu edificio de la amistad y tenemos que agradecerle todo el cariño que depositas en las personas que nos consideramos formamos parte de tu gran corazón. Gracias por dejarme un pequeño hueco y aunque no llegue a la altura de tus amigos de toda la vida, espero seguir presente en tu vida. Besos. amlp

Anónimo dijo...

Cada vez me sorprendes más con tu facilidad para expresar sentimientos con palabras y creo que el medio de hacerlo(el tecnológico) no importa cuando las palabras salen del corazón.Tu amigo blogero...

Jesús Hernández dijo...

Gracias amlp por tus palabras, siempre son bien recibidas y me sirven de estímulo. Aunque hablo de mi amigo más antiguo, también lo hago de de la amistad en general y del resto de mis amigos, y ahí te puedes sentir totalmente incluida.

Jesús Hernández dijo...

Gracias amigo blogero por tu cometario. En cuanto al medio usado ya he tenido la ocasión de comprobarlo, por eso lo use, como símbolizando que en cualquier circunstancia se puede sacar una enseñanza y un amigo.

Anónimo dijo...

Cada vez que desnudas tus sentimientos a través de esas palabras que parecen ser capaces de expresar a la perfección lo que para nosotros es inefable, permanezco un rato en silencio, con los ojos cerrados, rumiando lo leído... Lo acabo de hacer... El momento me ha servido para regresar unos años atrás y buscar en los rincones de mi memoria momentos parecidos a los que tú has narrado. Y los he encontrado: mis amigos de la calle y mis hermanos se han vuelto a encontrar conmigo y... por unos momentos, parecía, sólo parecía, que todo era como entonces.
Gracias.
McDonald.

Anónimo dijo...

Cada vez que desnudas tus sentimientos a través de esas palabras que parecen ser capaces de expresar a la perfección lo que para nosotros es inefable, permanezco un rato en silencio, con los ojos cerrados, rumiando lo leído... Lo acabo de hacer... El momento me ha servido para regresar unos años atrás y buscar en los rincones de mi memoria momentos parecidos a los que tú has narrado. Y los he encontrado: mis amigos de la calle y mis hermanos se han vuelto a encontrar conmigo y... por unos momentos, parecía, sólo parecía, que todo era como entonces.
Gracias.
McDonald.

Jesús Hernández dijo...

Gracias McDonald por tu comentario. Me alegro de haberte hecho retroceder. De vez en cuando es necesaria una mirada atrás para evitar un presnte de prisas y en el que no se saboreen los momentos, sin que ello signifique anclarse en el pasado o idealizarlo. Cuando hablo de las amistades no lo hago pensando en su perfección, los amigos nos fallan, nosotros fallamos a nuestros amigos, pero si es cierta la amistad, también es comprensiva, acepta errores propios
y del otro.