sábado, 3 de mayo de 2008

* 25.- Me preguntabas por las miserias

Me preguntabas por las miserias

Me preguntabas por las miserias humanas y me decías que ni yo te había sabido responder. Quizás no fue el momento, yo la persona más adecuada, ni ésas las circunstancias oportunas. Voy a intentarlo a ver que sale.

Lo primero que se me ocurre, aunque parezca una obviedad, es que ninguno estamos libres de ellas, y aunque parezca esto una perogrullada, no lo es tanto cuando lo llevamos al terreno de asumir las nuestras en un plano de concreción. Y este primer paso es fundamental para llegar a poder convivir primero con las nuestras, y posteriormente con las de los demás.

Sin asumir nuestras miserias concretas, las que nos acompañan a lo largo de nuestra vida, las que pudieran ser ocasionales producto de una edad o unas circunstancias, las que desconocemos por no haberlas desarrollado o por más o menos conscientemente tratar de evitarlas y las que sólo ante las cambiantes circunstancias de la vida se nos van a presentar y que ni siquiera suponíamos que pudiesen existir, sin interiorizarlas, sin destriparlas, sin enfrentarlas cara a cara con nosotros mismos, sin comprender que forman parte de nosotros, sin todo ello, no seremos nunca capaces de superarlas, integrarlas cuando nuestra humana condición nos lo permita transformarlas cuando seamos capaces.

Sólo entonces podremos comenzar a soportar, a comprender, a entender, a compartir y a superar mutuamente las miserias propias y ajenas.

No vivimos en un mundo de color rosa, ni lo pretendemos, pues la variedad cromática se vería empobrecida, pero sólo podremos salir victoriosos del dolor que nos puedan producir nuestras propias miserias y las que otros puedan compartir con nosotros, si somos realmente conscientes de ello.

Quién no a zaherido nunca a nadie, quién no ha faltado miserablemente el respeto a otra persona, quién no se ha prestado nunca a una crítica injusta regodeándose en el dolor de otra persona, quién no ha ocultado y se ha ocultado al menos parte de la verdad. Quién lo niegue está condenado a sufrir sus propias miserias y por ende las de los demás, y el odio y la rabia lo irán carcomiendo poco a poco, aunque trate de disimularlo con buenas caras, ambientes de falsa camaradería, hipocresía por doquier, sonrisas cómplices y burlas nada recatadas.

Con el tiempo he aprendido, que para no quedarme anclado en el odio debo primero reconocerme las bajezas propias, perdonármelas, asumirlas y cuando puedo, intentar cambiarlas. Y esto no es algo totalmente estable, somos cambiantes aunque tengamos una esencia, somos inconstantes aunque mantengamos una línea media.

Y una vez me he hablado a la cara, una vez he reconocido mis miserias, me encuentro en disposición de reconocer las extrañas, de comprenderlas, de perdonarlas, de transformarlas.

Igual que no creo que haya nadie absolutamente bueno, sé que no hay nadie totalmente malo, y lo que parece otra obviedad lo olvidamos a la hora de ser comprensivos con los demás, de plantearnos con sinceridad que hubiéramos hecho nosotros en sus circunstancias y en su lugar. Entiendo que a veces, bien producto de nuestras propias inmundicias, bien por lo difícil que nos lo pueden poner algunos componentes de la humanidad, sea difícil de imaginar la bondad en el otro muy a pesar de sus vilezas.

Mi experiencia me ha enseñado que si nos lo proponemos podemos extraer de nosotros mismos y de lo demás, aspectos positivos que ni creíamos tener ni los otros tenían conocimiento de que los poseían.

Descubrir en un rostro la ira y la rabia como expresiones de un dolor interno, ser capaces de dar un paso atrás que nos permita ver el bosque y poder separar el trigo de la paja, de aguantar el daño que nos pudieran hacer en pro de lograr ir más allá hasta el punto en que nos sea revelado el verdadero valor de esa persona muy por encima de su dolor que injustamente carga contra el resto, esto, el ser capaz de encontrar el tesoro de una persona que desconocíamos y que ella misma podía desconocer, nos produce un placer sano que supera los riesgos corridos y las equivocaciones sufridas y que nos puedan haber hecho padecer.

Sería iluso, y mucho menos franco, si pretendiera tener una barita mágica que me permitiera ir sacando lo mejor de cada persona, pero sí que he logrado desprender aspectos positivos de personas de las a priori que no creía que tuvieran muchos por encima del daño que me pudiesen haber ocasionado, o incluso descubriéndoles aspectos o circunstancias en las que no eran tan despreciables.

Y, cómo no, disfrutar de mejorar o ser mejorado por una persona amiga. Y es que no hay mayor placer que el sentirte ayudado cuando tratabas de ayudar a alguien. En este sentido es claro el cuento “EL Plantador de Dátiles” y lo es también mi experiencia humana.

Por todo esto, trato de que mi actitud ante la vida sea la de comprender y ponerme en el lugar del otro cuando me hace daño o se lo hace más o menos conscientemente a otra persona, cuando mis humanas debilidades me permiten decirme las verdades al respecto, procuro despersonalizar su acciones para que no me quiten la capacidad de interactuar en todos los sentidos y direcciones y evitarme el placer de elegir mi propia música ayudándole a otros a interpretar la suya propia.

Espero haberte ayudado a comprender algo de nuestras mutuas miserias personales.


Cuento asociado: La mayonesa y el café

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen artículo para la reflexión y como sabes, sólo la teoría de la reencarnación me ha ayudado a comprender las miserias y las alegrías de este mundo y a aceptar todo como biene, aunque muchas veces no me guste y me cueste ver lo positivo de ello.
Tu amigo blogero...

Anónimo dijo...

Poco a poco y gracias a las personas que me he ido encontrando en mi camino, he ido aprendiendo a reconocer mis miserias. Lo mas que me cuesta, y eso tú lo sabes, es encontrar la parte positiva de aquellas personas con las que "no puedo". Estoy convencida de que las tienen, pero mis propias miserias no me dejan ver más allá. Sé que no soy perfecta, pero con artículos como este que te llevan a reflexionar seguro que conseguiré mejorar. Por todo ello,de nuevo, Gracias. amlp

Anónimo dijo...

Poco a poco y gracias a las personas que me he ido encontrando en mi camino, he ido aprendiendo a reconocer mis miserias. Lo mas que me cuesta, y eso tú lo sabes, es encontrar la parte positiva de aquellas personas con las que "no puedo". Estoy convencida de que las tienen, pero mis propias miserias no me dejan ver más allá. Sé que no soy perfecta, pero con artículos como este que te llevan a reflexionar seguro que conseguiré mejorar. Por todo ello,de nuevo, Gracias. amlp

Jesús Hernández dijo...

Amlp gracias nuevamente por tus palabras. Experiencias como las que he vivido contigo y de las que he podido disfrutar por tu amistad, son las que me hacen seguir creyendo en el ser humano y continuar apostando por las personas, más allá de las decepciones.

Anónimo dijo...

Te agradezco profundamente que, a través de estas palabras, hayas intentado dar respuesta a una pregunta que -utopía, lo sé- nunca debí haberme planteado. Entiendo tus reflexiones, las asumo, trato de hacerlas mías. Te comprendo y reconozco que -y no quiero que veas en esto prepotencia- suelo ser consciente de mis miserias, aunque la mayoría de las veces no sepa cómo enmedarlas. De ahí que siga luchando por ser mejor persona cada día y aprendiendo de gente como tú (esto te va a costar, al menos, un café...). No obstante, sigo preguntándome lo mismo y, en esta pregunta, me incluyo: ¿por qué seguimos actuando de una manera a veces tan vil? Supongo que será sólo una pregunta retórica, por mucho que tratemos de darle respuesta. Pese a ello, mil gracias.
McDonald