martes, 8 de julio de 2008

* 28.- ME PREGUNTAS ENRIQUETA...



Me preguntas Enriqueta sobre como lo hago, y aunque creo que la pregunta más apropiada sería la de cómo lo hace ella. Trataré, no obstante, de darte respuesta.

Hablando sobre cuestiones similares a ésta con una enfermera cuya profesionalidad y humanidad eran al menos como su tamaño, le comentaba como yo para prepararme para esta situación había necesitado un susto, un libro y a ella, mientras que ella no necesitó ninguna de estas cosas, se bastó con ella misma.

Cualquier simplificación es injusta, pero nos puede ayudar algo a comprender las cosas.
En realidad, todo esto había comenzado un poco antes, justo en el momento de nacer.
Ya me pasé, yendo tan atrás.

Recapitulemos, en realidad lo que pretendía decir es que desde que nacemos nos vamos preparando, unas veces despacio y otras más rápido dando saltos cualitativos que parecen hacernos crecer de golpe.

Hay situaciones y personas que nos hacen dar saltos y justo antes del susto ya había dado algunos importantes.

Y entonces me asusté.

Y no di un salto, escalé una escarpada montaña.

Y esa escalada vista con la perspectiva del tiempo pareció hecha a posta para prepararme para lo que ha venido a continuación.

Después, las casualidades de la vida hicieron llegar a mis manos un libro en el momento apropiado, mientras buscaba uno entre las estanterías de una librería para pasar el momento. Había oído su nombre, pero ignoraba su contenido.

El libro se titulaba “Martes con mi viejo profesor”, y contaba la historia real de un profesor universitario al que le comunicaban una enfermedad incurable. Lejos de lo que pudiera parecer en un principio, este libro supone un canto a la vida y nos muestra la manera en la que este hombre decidió vivir el resto de su vida sin renunciar a nada de lo que podía ir haciendo y con una dignidad por encima de lo normal, hasta tal punto, que sirvió de enseñanza a muchas personas y les alegró la vida a otras tantas.

Y después me encontré con el tercer elemento. Ciertamente ya lo conocía bastante, pero sólo las pruebas difíciles nos hacen ver la categoría de las personas, aunque las vislumbremos de lejos.

Y es que mi mayor agradecimiento, y a la vez enseñanza, es el habernos hecho vivir estos años tanto a mí, como a mis hijos y al resto de las personas que la rodeaban con la mayor de las naturalidades, llegando a pasar semanas y hasta meses sin mayor recuerdo que las visitas que regularmente debíamos hacer.

Hasta tal punto llegaba su actitud vital, que muchas personas la llamaban o visitaban para reafirmar su amor a la vida y contagiarse de sus ganas de vivir y de su felicidad.

Llegó incluso a tal extremo, que dos doctoras de cuidados paliativos acostumbradas a muchas situaciones similares, le mostrasen su admiración, no sólo por el hecho de que continuase trabajando a esas alturas, sino por su claridad de ideas y por sus ganas de vivir sin ignorar ni renunciar a nada.

Su ejemplo ha quedado grabado en las retinas y en los corazones de muchas personas que la han conocido y la conocen, incluidos sus hijos, quienes llevan consigo esas enseñanzas vitales.
Laboralmente sé como levantó a un grupo de esos que parecen destinados al desahucio, y que se prestarían fácilmente como excusa permanente para la inactividad y la queja permanente en forma de autoexculpación.

También tuve conocimiento tanto a través de ella como de algunos compañeros suyos, de la manera en la que solventó un difícil momento en su centro, de esos que pueden hacer saltar por los aires la convivencia, y lo hizo cerrando cicatrices y revalorizando a sus compañeros.
Ahora me encuentro en disposición de comenzar a contestar a tu pregunta y a las de otros amigos.

Yo, que había aguantado el tipo hasta el momento uniendo mis propias fuerzas con las que ella me aportaba, llevaba conmigo algunos temores.

Por una parte, el miedo al dolor, y por otra, el miedo a su reacción ante las circunstancias.
Gracias a la medicación, los momentos de dolor no han sido tantos como podrían haber sido, pero sí que han tenido dos picos especialmente altos. Uno, en una noche que acabó pasándola en el hospital y, otra, tras la caída. En ambas mostró tal entereza y dignidad, que me han aportado el resto de energía y serenidad no sólo para sobrellevar la situación en estos momentos, sino para no desfallecer en ningún instante sirviéndole de apoyo físico y moral.

En cuanto a la visita clave a su médico, tenía miedo a que tuviese un bajón, pero no sólo le dio una lección de integridad al doctor, sino que además actuó con la mayor serenidad y dignidad. Y la prueba de que no fue una pose me la terminó de dar cuando salimos de la consulta y en los sucesivos días en los que continuó con su actitud vital, incluso durante los días de hospitalización posteriores a la caída, tal y como pudieron comprobar muchos de sus amigos y compañeros.

Han sido estas dos circunstancias, y la manera en las que ella las ha sobrellevado, unidas al apoyo que le han prestado sus amigas y compañeras, las que me han aportado hasta el momento determinación, entereza, dedicación y serenidad. Muchas han sido las personas que de una manera u otra la han visitado y apoyado sin hacerlo por simple compromiso o convencionalismo social, sino que lo han hecho por estima personal que se ha ganado ella a pulso.

Nunca les estaré suficientemente agradecido a todas estas personas, que desde un primer momento nos han tendido su mano y que como la fisioterapeuta han sido capaces de mostrarle una ventana por la que mirar. Recuerdo desde las primeras llamadas en los duros momentos iniciales en la distancia (nunca sabrán sus autores la totalidad del bien que le hicieron) hasta las visitas que sus amigas le realizan con frecuencia.

Volviendo a la conversación inicial con la enfermera de gran profesionalidad y mayor corazón, recuerdo como me decía que ella me imaginaba, tanto a mí como a los niños, sintiendo alegría cada vez que pensáramos en ella. Y, esto, aunque yo ya lo sabía, porque conociendo a Doris no puede ser de otra forma, también me da fuerzas.

Y cada vez que pensamos en ella, lo hacemos en términos de amor y alegría, y ella nos lo devuelve con creces.

Y ni nos planteamos desfallecer, ella no lo merece, más bien le debemos mucha gratitud y tratamos de dársela a diario con lo mejor que tenemos: nuestro amor.

Ahora que más o menos sabes de donde proviene mi fuerza y serenidad, puedo darte las gracias más profundas que te pueda dar Enriqueta, y aprovechar el momento, para hacerlas extensibles al club de las toletas algo chifladas y a todas y cada una de las personas y familiares que de una manera u otra nos ayudan a llevar estos momentos.

Espero haber respondido a tu pregunta, al menos lo he intentado.

2 comentarios:

Aliacos dijo...

Hola de nuevo y gracias por compartir sentimientos.
Supongo que muchos nos sentimos un poco Enriqueta y queremos saber y nos cuesta entender... sólo decir que después de esta lectura sobran las palabras y sobran las preguntas... simplemente recordarte que estamos ahí para lo que sea y que sigo alegrándome de que el mundo cuente con personas como tú..
Un abrazo enorme.

Anónimo dijo...

Gracias por seguir compartiendo con nosotros tus vivencias y las de tu familia. ¡Cuánto tenemos que aprender de personas como ella!.
Desde la distancia todo mi cariño y mi apoyo. Sigo aquí para lo que necesites.Besos. amlp