lunes, 16 de marzo de 2009

* 100.- DON SITO, EL PROFESOR DE MATEMÁTICAS


Así lo llamaban los alumnos en el blog de Convi (COMO VEO EL CURSO DE CONVIVENCIA).
Cuando nuestros alumnos distinguen a alguien con ese trato, no suele ser por casualidad. Puede ser por miedo (hoy en día prácticamente inexistente) o por auténtico respeto. En su caso no hay duda.

Cuando me incorporé, él ya se encontraba trabajando con el grupo. Aunque llevaba un año en el centro, mi trato con él no me había permitido conocerlo lo suficiente.

Siempre que llega un nuevo compañero al taller, me pregunto si sabrá dónde se mete. En su caso no fue menos.

Pero la experiencia me ha enseñado que, al ser un programa voluntario, todos los compañeros que se han ido incorporando, tenían claro a dónde iban. Y esa es una de las ventajas de este programa. Más allá de ser un recurso para completar horario, los que optan a él, desean hacerlo y no van de rebote.

Recuerdo un compañero por el que temimos especialmente al principio, puesto que le costó unos meses adaptarse, pero del que acabamos aprendiendo bastante. También recuerdo otro del que no aprendí menos y para quién, probablemente, su último año antes de jubilarse fuera de los que más grato recuerdo se ha llevado. Muchos podrían haberse preguntado que se le había perdido por el taller sin necesidades horarias que cubrir y a punto de jubilarse. Sin embargo, de observar su forma de relacionarse y llegarle a los alumnos y de las charlas que manteníamos, aprendí más de lo que podía imaginar.

He tenido suerte con todos los compañeros del taller y de todos ellos he aprendido muchas cosas. En realidad, esta es una de las facetas que más me ha aportado y enriquecido mi vida profesional y personal.

Miro atrás y veo uno a uno todos los pequeños aprendizajes que me han ido aportando.

Recuerdo cuando comencé a trabajar. El choque que me supuso el encontrarme con la enseñanza real. El caer en una zona más o menos problemática. Procedía de un deporte con un relativo nivel de rendimiento y en el que los jugadores asistían de forma voluntaria. Fue todo un encontronazo, que unido a unos compañeros que veían negro sobre negro, te lleva a las primeras decepciones.

Esa fue mi primera escuela, de la mano de compañeros que a pesar de ello, veían las cosas de otra manera más clara.

Cuento todo esto para comentar que lo que a mí me ha costado años de experiencia y la posibilidad de contar con buenos compañeros, en Don Sito surgían de forma natural y espontánea.

En nuestras sucesivas charlas he ido desgranando la razón: los profesores olvidamos rápidamente al niño y al adolescente, mejor o peor estudiante, que un día llevamos dentro. Unas veces por pudor y otras por querer hacer bien nuestro papel.

¡Qué hubiera sido de nosotros sin los múltiples cabos que con mayor o menor consciencia nos fueron tirando!

Sin embargo, Don Sito no lo ha hecho. No siente ese pudor por contárselo a los alumnos, lo que le resultar más creíble. Les habla con su propio lenguaje, les cuenta lo mal estudiante que fue hasta que repitió 3º de B.U.P., y como a pesar de ello, tuvo el mérito de acabar con éxito una carrera como Ciencias Exactas.

Ha sabido transmitirles a los alumnos su propio valor más allá de unas calificaciones, su posibilidad de remontar el camino, de hacerles ver que los errores forman parte de la vida y que en ningún caso los condenan de una forma irremediable.

Y todo ello con el mérito añadido de no caer en un falso amiguismo ni colocarse en un falso pedestal.

Don Sito ha logrado el ideal de todo aquél que dirige un grupo de personas: el ser respetado de una forma auténtica y sin disfrazar por miedos o formalidades.

Sin ir más lejos, este curso ha logrado que un alumno se haya propuesto el reto voluntario de abandonar el taller para reincorporarse a un grupo "normal". Y no lo hizo por quitárselo de encima. Y el alumno no lo hizo porque se encontrará incómodo. Continúa haciéndole un seguimiento sin que nadie le obligue a ello.

Don Sito ve un cabo y tira de él.

Nunca agradeceremos suficientemente a los que tiraron de nuestros cabos.

Sin duda alguna, algún día, esos alumnos se sentarán a recordar los jalones que don Sito les dio y se lo agradecerán.

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