jueves, 23 de abril de 2009

* 122.- LA MUJER DIFERENTE

Era sumamente bella cuando llegó al lugar. Sin embargo, no fue su belleza lo que cautivó la atención de los lugareños, nunca les importó.


Desde un primer momento, lo que secuestró la mirada y todos los comentarios de la gente fue un ridículo rosario de flores que colgaba de su parte más noble. No es que las flores en sí fuesen feas, pero resultaban del todo petulantes colgadas de su lindo trasero.


Y toda la belleza de la agraciada dama era relegada por los comentarios, dimes y diretes de todos los habitantes de la ciudad. Unos con más malicia que otros, todo hay que decirlo, pero eran pocos, por no decir ninguno, los que escapaban a centrar su atención en el estúpido y llamativo rosario.


La mujer diferente se percataba de ello, pero continuaba su vida como si no se diera cuenta de la situación y de los giros de cabeza que se esforzaban en inclinar oblicuamente las comisuras de los labios y ocultar, sin conseguirlo, los hirientes comentarios que proferían.


En realidad, lo sabía perfectamente, y aunque no lo perseguía, sí que trataba de provocar algo.


La gente comentaba de todo, se preguntaban cuál era la razón por la que se colocaba semejante ridiculez en el lugar en el que la espalda perdía su noble nombre.


Unos comentaban que al encontrarse situado a su espalda no se daba cuenta de lo espantoso que resultaba. Otros lo atribuían a una infelicidad innata que salía por alguna de las partes de su cuerpo. Había quienes incluso llegaban a comentar que en el lugar del que procedía la dama, decían de ésta que tenía relaciones nada recomendables. Y algunos, los menos, todo hay que decirlo, se burlaban de ella como descosidos, atribuyéndole todos los males divinos y humanos, junto al conjunto de los defectos que nunca podrían reunirse en ningún ser humano. Sólo dejaban algunos en su recámara para el resto de convecinos, para no encontrarse en situación desarmada, con los cargadores de sus pistolas vacíos y teniendo que rendirse al primer desalmado con el que se topasen.


Le gente comenzó a relacionarse con la extraña mujer y comprobaron de primera mano como ésta, lejos de amedrentarse por los sibilinos comentarios, actuaba como si los mismos no existieran y no consiguieran hacerle mella alguna. Incluso, algunos se sentían ayudados y escuchados por la mujer, aunque se sentían avergonzados por ello y jamás lo reconocieran en público.


Pasó el tiempo y las personas del pueblo se sentían, sin saber porqué, cada vez más cautivadas por la extraña mujer, pero nadie se atrevía aún a reconocerlo en público, pues temían el rechazo de los demás.


Llegó un momento en el que ya no podían disimularlo, y poco a poco, fueron reconociéndolo, no sin ruborizarse, entre las amistades más allegadas. Y para su extrañeza, nadie se burló, sino que les confesaron que a ellos les sucedía lo mismo y que no entendían la razón por la que, ante la presencia de esa mujer, se sentían tan bien.


Los ciudadanos del lugar ya no podían ocultarlo por más tiempo y decidieron hacerlo público.


A partir de ese momento la gente trataba a la mujer mirándola a los ojos, evitando distraer su mirada del ridículo adorno, pues aún despertaba recelos entre ellos. Querían evitar los comentarios, pues no sabían como vivir sin la ayuda y el apoyo de la mujer.


Llegó un día en el que ya ningún habitante, a fuerza de esforzarse, miraba en dirección al ridículo adorno sin que les costara ya esfuerzo alguno. Gracias a eso, ya no proferían ningún grosero comentario y eran capaces de mirar a la cara a la mujer sin avergonzarse de ello, pudiendo disfrutar de su ayuda y su compañía sin remordimientos.


Y comenzaron a sentirse amigos de la mujer y se preguntaban como podían haber pasado antes sin ella.

Y entonces pudieron apreciar su belleza interior y sentir a través de sus miradas, emociones que sólo su corazón sabía transmitirles y que eran incapaces de poner en palabras.


En ese momento, la mujer decidió despojarse del ridículo atuendo y ya nunca más lo llevó.


Pasado un tiempo llegó al pueblo otra persona foránea y al contemplar la belleza exuberante de la linda dama no pudo contenerse y exclamó ante los lugareños sus cualidades: - ¡Nunca antes había visto una mujer más bella ni tan hermosa!


Los lugareños, a los que nunca les había importado la belleza de la dama, no prestaron atención al comentario del extraño y continuaron mirándola a los ojos, a los ojos de su corazón.

5 comentarios:

Aliacos dijo...

increíble la historia, como siempre..

Jesús Hernández dijo...

Gracias Aliacos.

Personas como tú me enriquecen

rams dijo...

Una historia preciosa,y muy aplicable a nuestra sociedad.¡Qué gran sensibilidad tienes!

Jesús Hernández dijo...

Gracias rams por tus palabras y por estar siempre ahí con toda la generosidad que desprendes y compartes con los demás. Entre las cosas malas que nos suceden, conocerte ha sido una bendición.

Anónimo dijo...

Con tu entrada de ayer nos recordaste a unas cuantas personas el verdadero sentido de nuestra labor... A lo largo de la mañana he podido comprobar cómo no era yo sola la única que necesitaba esa lucecita que brilla en la oscuridad... Gracias...

Con tu entrada de hoy me has recordado que lo que de verdad importa no es lo más llamativo (por ser feo ni bonito), sino lo que no se ve, ni se pregona, lo que se cultiva en el interior...
McDonald