jueves, 30 de julio de 2009

* 176:- ROMPIENDO TÓPICOS

Era una mansión de un tamaño considerable, con dos alas a cada lado, que aprovechaba el desnivel del terreno para erigirse a distintas alturas y crear la falsa ilusión de parecer mayor de lo que en realidad era.

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No tenía demasiada antigüedad y su buen estado de conservación le confería una apariencia aún más reciente, lo que contribuía a crear cierta sensación de desubicación que se veía acrecentada por el hecho de elevarse sobre un pequeño montículo del terreno situado junto a un barrio.

Los habitantes de los alrededores, lejos de constituir una plebe convertida en turba, eran víctimas de las felonías de unos cuantos infelices y de las maldicientes viperinas del resto de la ciudadanía, que habían convertido lo que fue un enclave agrícola de primer orden en el corazón mismo de un fértil valle, en un desprestigiado burdel de variopintas estridencias y tumultuosos escándalos, que en la mejor de las ocasiones, terminaba poniendo a buen recaudo a sus protagonistas. Este último hecho formaba también parte de la dualidad del barrio, ya que por un lado restaba falsas ilusiones a los que se dejaban seducir por la María, a la par que contribuía a salpimentar su lado oscuro poniéndolo siempre en boca ajena.

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Se daba la circunstancia de que cuando acaecía cualquier acontecimiento que levantase el ánimo de la población, éste se veía atribuido a la turística ciudad, mientras que muchos sucesos adversos eran asociados, fuese así o no, al atribulado cantón.

La mansión había sido edificada con el objeto de convertirla en una casa de huéspedes de cierta condición social, pero de variopinta procedencia.

Sin ir más lejos, en una esquina del ala superior, en un pequeño cubículo situado junto al palomar del edificio, se alojaban una serie de extraños personajes con fama de anodinos y alejados de la realidad, que siempre parecían estar en las nubes o próximos a la Luna de Valencia.

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Quizás por ello, fueron acomodados en la parte más elevada de la mansión y en su extremo más perdido, muy al final de un largo e inacabable pasillo, junto a las palomas, para que las acompañasen en sus habituales vuelos.

Estos insustanciales personajes se abstraían a las primeras de cambio y se quedaban absortos como aquel profesor universitario que se evadía de tal manera que su cuerpo astral se desdoblaba y sin pasar por ninguna agencia de viajes, comenzaba un difuso viaje mientras su terrenal conjunto de huesos y músculos permanecía delirante chupando una tiza ante la incrédula, sorprendida y burlona mirada de sus alumnos.



Circuntancias como éstas, ya desde la antigüedad, les daban un aura mágica, ligada inexorablemente a la alquimia. No en vano, hurgaban en la raíz de otras ciencias, ocultas o preclaras, con fines nada patentes, convirtiendo lo evidente en extrañezas que pocas personas alcanzaban siquiera a intuir.

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Y los personajes que habitaban esta conspicua ala de la mansión, no iban a ser menos que sus predecesores en la noche de los tiempos, desde que el pretencioso Arquímedes se fardó de poder mover la Tierra misma o Apolonio de Perga comenzase a meternos el estrés en el cuerpo al usar al astro rey para tal fin.



Eran cuadriculados, cartesianos, fríos, calculadores, carentes de cualquier atisbo de emoción, vamos, que llevaban orejeras de burro a ojos de los no iniciados, conviertiendo lo sencillo y evidente en una sarta de logaritmos inexplicables salvo para sus mentes calenturientas que eran las verdaderas responsables del odio visceral que la mayor parte de los jóvenes tenían hacia su pretendida ciencia por obra y gracia de personajes como el advenedizo Neper.



Eran considerados tan peligrosos, que fueron desterrados a ese alejado rincón, para evitar que sus locuras se contagiasen al resto, tal y como en su día hicieron los precursores de Ratzinger con el tarado de Copérnico. También se vio afectado el propio Don Quijote cuando dijo aquello de "Si de dos partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales". Probablemente, aunque no haya sido dicho, su locura se debiera a algún siniestro personaje de esta índole y no a las novelas de caballerías tal y como se le atribuye.

Pero claro, una cosa es la reputación, la mala reputación, ganada más o menos a pulso, y otra muy distinta es la realidad.

Estos okupas del ala superior, aprovechaban la más mínima oportunidad para llevar sus abstractas teorías a la vida cotidiana del lugar, previamente barnizándolas con tintes de judea que les dieran un toque más rústico y creíble, y que acabasen de convencer al más taimado de los habitantes y visitantes de la mansión, de su bondad y erudición.

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Y a fe que lo conseguían. Parecían humanos, una vez regresaban de sus viajes y abandonaban el influjo de la luna.

Derrochaban amabilidad y generosidad, y contrariamente a su fama, hacían digeribles las abstracciones de la web 2.0 al resto de los mortales, que acudían a ellos en busca de una tabla de salvación. Las vueltas que da la vida, a sus antecesores los querían quemar como herejes, y ahora se acercan a ellos en busca de la salvación de sus almas.

Cómo conseguían darle la vuelta a la tortilla de esa manera, es algo que sólo se alcanza a comprender cuando has conocido a cada uno de los huéspedes.



Uno de ellos, el más veterano, jubilado ya para su mayor gloria. No es el típico que no sabe que hacer en sus muchas horas libres ganadas a pulso durante tantos años de faena, que comenzó en algún lugar entre plataneras, hoy difícilmente ubicable. Nunca ejerció en otra mansión, por increíble que parezca. Mientras se alojó en ella, era el típico manitas al que todos acudían en busca de asesoramiento, lo mismo para un motor, que para un consejo de agricultura ecológica. Siempre presto a colaborar en la resolución de problemas ajenos, claramente incardinados en la vida real, lejos de toda abstracción incomprensible.

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El que le seguía en rango, era maestro en el arte de la paciencia. La transmitía a todo aquel que le prestase atención, y lo hacía mediante su rama aplicada, con economía de palabras. No por ser escasas, eran poco precisas y carentes de amabilidad, más bien todo lo contrario. Nunca se le escuchó una palabra más alta que otra.

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No eran misóginos, pero mujeres sólo estuvieron aposentadas dos. Ambas transformaban su aparentemente ruda imagen inicial nada más aproximarse a ellas. De esto doy buena fe, producto de los innumerables pasillos de imaginaria que recorrimos contraviniendo la férrea normativa impuesta por la entonces ama de llaves, que también gracias a su influjo fue desarrollando una hábil mano izquierda en el desempeño de sus funciones.

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Y así, podríamos continuar con algunos ejemplos más, hasta llegar a los actuales moradores del extremado cubículo.

Uno de ellos, el que había heredado el grado de mayor veteranía, es un advenedizo como Fermat, pero que transformaba las máquinas del diablo, en comprensibles para el resto de los mortales. Con paciencia y buenos modales, aunque no siempre se dirigiesen a él de la misma manera. Sólo que cuando era yo el que le pedía algo, no se iba por las ramas, lo hacía directamente a las estrellas, pero es feliz.

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Había otro residente, experto en transformar la mayor de las abstracciones en la más asequible de las simplezas y hacer del acus-ado todo un experto en numerología y razonamiento. Y lo hacía hablándoles en su propio lenguaje, no exento de algún que otro exabrupto al uso, cuando la ocasión lo requería.

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Otra de las claves de su éxito, se apreciaba claramente en uno de sus inquilinos, que convertía su ciencia en poesía alcanzable a los ojos de los no iniciados. Y, sorpréndanse, no lo hacía a través del uso de la web 3.0, lo hacía con la más tradicional de las pizarras. No en vano, era considerado el poeta de las pizarras. Transmutaba en humanos a esos seres fríos y carentes de toda emoción. Lástima que muchos alumnos no contemplasen su verdadera pedagogía poética.

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Había uno cuya grandeza áurica era inversamente proporcional a la raíz cuadrada de su pedantería y enteramente proporcional a su humildad. Era capaz de dirigirse al más desfavorecido de los cerebros con el mayor de los respetos.



Todos ellos dirigidos por un jefe que no ejercía de tal a la antigua usanza, cual cabo furriel, sino en una versión más moderna que sacaba lo mejor de cada uno, mientras permanecía abierto al diálogo. Siempre presto, acababa cansado por su bonhomía.

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La verdadera razón por la que derivaban la abstracción, hasta convertirla en cercanía e integrarla en la realidad, ganándose a la mayor parte de los residentes en la mansión, fueran tirios o troyanos, fue la de ejercer dualmente.

Eran matemáticos y eran profesores. Y lo eran porque destilaban y desprendían amor (palabra prohibida) por las matemáticas y placer por despertar pasiones. Y no lo hacían con el falso mito de la exactitud, ni con reducciones ni aproximaciones al absurdo.

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Lo hacían posible con la mejor de las herramientas didácticas, esa que si se emplea hace amar a las matemáticas o, en caso contrario, odiarlas sin término medio: la emoción que sienten y son capaces de transmitir.

Hasta aquí esta hipérbole que me rondaba desde hace algún tiempo. He terminado de decidirme a escribirla debido al mensaje afectado de uno de los residentes, que al tener conocimiento, de repente, sin esperarlo, de que dos de ellos dejarían de alojarse en el ala superior de la mansión. Comparto con él la afección, puesto que la poesía y la bonhomía en buena parte abandonan sin querer la nave de manera inesperada. Afortunadas mansiones las que los reciban. Aprender de sus enseñanzas y conservar su amistad, lo que nos queda.

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Aviso a navegantes: dos de los cinco participantes en el tumultuoso y jocoso final han sido conminados a abandonar el barco ¿Será una clara indirecta para los otros tres? Uno bastante más sabio que yo, que de sabio no tengo nada, ya dijo aquello de "caminante no hay camino, se hace camino al andar". Entiéndase esto como coña marinera propiamente dicha.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no cabe duda que como dicen en mi tierra "hayde todo en la viñia del señor!", yo hubiera corrido nada mas de ver la casita me da hasta escalfrios, con ese aspecto tan terrorifico.

Despues de todo.. esa manera de ver la matematias ha cambiado mimanera de verlas!

Un abrazote!