viernes, 15 de febrero de 2008

21.- La responsabilidad que tenemos.

Llevo un tiempo sin escribir nada, debido a que he estado ocupado en algo, más de lo habitual. También porque esa ocupación me ha tenido bloqueado sin que nada me saliese.

Ahora lo hago, más como una necesidad que por otra cuestión, sin por ello pretender emular ni de lejos ni de cerca a José Luis Sampedro cuando decía que “escribir es vivir”.

Centrándome ya en el tema del que quiero hablar, o mejor, escribir, quiero señalar que el título elegido puede llevar a eqívoco en relación a lo que pretendo, pues, lejos de hablar de responsabilidad, lo que pretendo es humanizarla, desdramatizarla, ponerla en su justa medida, pues en caso contrario, sí que podemos acabar llevándola a ese terreno, aunque honradamente tratemos de evitarlo.

Llegados a este momento hago acopio de todas aquellas “huellas doradas” que a lo largo de los años me han ido ofreciendo más que compañeros, amigos, de entre los que destacaré al fundamental César, quien me hizo reencontrarme con muchos de mis valores aparcados por los desengaños de la vida y retomar una visión del alumnado lejana a ese bicho extraño y peligroso del que conviene mantenerse alejado, y no digamos ya de los padres como ente ultrapeligroso donde los haya.

También fue importante lo aportado por Contreras y sus amigos en la cumbre diariamente escalada, aportándome ilusión, compañerismo, amistad y refugio donde menos esperaba encontrarlo.

Fueron años decisivos en AsPrONTE , pasando a diario por la puerta de Alcalá. Sin ellos y todos los que lo rodearon difícilmente podría explicar mucho de lo sobrevenido a posteriori.

Después vino la guerra civil, que ya había comenzado allende los mares del sur, allá por donde la puerta de Alcalá. La diferencia: que la primera la sufrí y aprendí, y de la segunda, aunque no mundial, si que la sobrellevé, ayudado por la declaración de independencia de una patria nueva, que a la postre devino en un sólido estado en el que sin ser ni con mucho perfecto, si que para mí, apátrida donde los haya y enemigo de las naciones, supuso mi segunda y, por el momento, última nación.

En ella fue primordial la influencia tanto de lo anteriormente vivido, como las nuevas experiencias con que fui curtiendo el baúl y la piel. Desde Mari Carmen hasta el Toro, pasando por el psicólogo que estudió en la auténtica universidad de la vida y su jefe, para llegar a la otra gran influencia que me liberó de prejuicios que creía no tener aportándome la calma, el valor de la escucha y el hablar sin palabras.

También, aunque vecinas, recogemos los frutos de lo que he venido en llamar cariñosamente “El Club de Las Toletas”, excelentes personas y no menos ilusionadas y mejores profesionales.

No sería justo dejar de pensar en el preescolar que cursé antes de la enseñanza superior, en el que se supone que enseñaba de otra manera, pero en el que en realidad no dejé de aprender. Habiendo dejado atrás sus vestimentas, no he olvidado jamás sus enseñanzas, vivencias y personas.

Este año ha sido, en este sentido, especialmente duró por razones que ya he comentado, y que se han visto apuntilladas por los avatares y el devenir de la vida. La partida estuvo a punto de perderse, pero tras unos meses, todo comenzó a encausarse, siempre en los límites de lo posible y lejos de los confines de lo soñado.

Y todo ello, a pesar de que cuando todo parecía bajo control, la nave sufrió un abordaje y un motín a bordo que amenazó con huir con el botín y quemarla.

“Si yo hubiese trabajado así antes no estaría como estoy”, “hay muchas personas que aquí que me han ayudado cuando nadie apostaba por mí”, “Ahora estoy centrado y sé lo que debo hacer” eran algunas de las perlas con las que pretendieron hacerse, pero por el contrario, ante un elogio sincero y sentido, nos devolvieron un “Gracias” que sonó como pocos por sí mismo, y aún más, por el bucanero del que provenía acostumbrado a duras batallas en las que no había concesión alguna al buen trato.

De todos ellos no podría extraer una única enseñanza, pero quizás sí un compendio de todas ellas, y de las cuales destacaría el haber descubierto que tenía dos manos, el similar valor de todas las personas por el hecho de serlo más allá de su comportamiento o circunstancias, la humanidad y la ayuda y el aprendizaje recíproco.

Todo esto viene, retomando la responsabilidad que tenemos, no debido a que nadie nos la haga contraprestar, sino a un compromiso en lo personal que va más allá.

Y desplegando velas, avanza por el camino de las palabras, para descubrir su importancia y trascendencia, incluso muy por encima de su intención. Hay palabras dichas a vela mayor, y que sin embargo no llegan a impulsar a la más pequeña de las falúas.

Otras, sin pretender pasar de simples brisas, acaban haciendo tomar el rumbo a una carabela desorientada en el mar de las calmas o en las procelosas aguas de un temporal que no amaina.

Desgraciadamente, a veces vomitamos mareados y destemplados por la tempestad inmundas expresiones, con o sin conciencia de ello, que lejos de impulsar nave alguna, las retrotraen al siempre peligroso Triángulo de las Bermudas del que muchas veces no regresan los valerosos marinos y aventureros, tal cual otroras épocas les sucedía a los que osaban traspasar los confines del mundo conocido y caían en las garras de monstruos despiadados.

Traduciendo:

Una vez de tantas, le pregunté a una buena alumna a la que ya no le daba clase que tal le iba, a lo que me respondió que bastante mal. Como sólo había pasado el primer trimestre le comenté lo típico de “todavía estás a tiempo y no tires la toalla que tú puedes” sin esperar sinceramente algo más que infundir ánimos. Cuál fue mi sorpresa cuando acabado el curso la alumna junto con su madre se presentan en la sala de profesores y al preguntarle con quién quería hablar, me responde que quería hacerlo conmigo. Entonces me dijo que venía a enseñarme las notas y a darme las gracias, pues entendía que todo me lo debía a mí. Obviamente ruborizado por lo inexacto de la conclusión, quité importancia a mi acción, reseñando lo fundamental de su esfuerzo.

Lo que intento destacar, es que a veces nuestras palabras, pretendiéndolo o sin pretenderlo, sirven de desencadenadores (que bonita palabra que suena a la vilipendiada libertad) de acciones que como sucedía en el cuento de “Las Huellas Doradas”, pudiendo carecer de importancia para quien las pronuncia, pueden marcar el rumbo de la vida de otros.

Lo triste, es que otras tantas veces, consciente o inconscientemente, nuestras palabras pueden marcar un rumbo que dista mucho de ser preclaro y hacen encallar a tripulaciones enteras en el mar de los sarcasmos, junto a las angulosas y acantiladas costas de la desidia cuando no de la frustración o la inadaptación.

No pretendo recargarnos de responsabilidades que no nos corresponden en exclusividad, ni de una capacidad de influencia que ya desearíamos en muchas ocasiones, pero sí que trato de ser y de que seamos conscientes de que nuestras palabras pueden influir, para bien o para mal, algunas veces más de lo que podemos creer.

Por ello, debemos huir de la desesperanza, del lamento estéril, de la ironía cuando hiere, de la ridiculización, del menosprecio, del sarcasmo, del calificar como definitivo lo que momentáneamente es imperfecto, de dar por hecho que algo siempre será de esa manera, que no podrá cambiar, sancionar por rutina, exagerar o dramatizar más allá de lo preciso, en definitiva, de calificar a la persona y no a sus actos como irremediable.

No es nuestra intención negar la evidencia, autoengañarnos, o quitar ni un ápice de la realidad. Sólo queremos, más bien deseamos, mirar desde lo alto de la cofa a la esperanza, mirar el momento actual como un punto en un camino que pretendemos proyectar hacia la ilusión y que más adelante será enlazado y podremos mirar atrás como ya en otros casos lo hemos comenzado a hacer, recordando como anécdotas necesarias los desencuentros pasados.

Aunque nos duela, en el alma, nunca más sangrantemente dicho, entendemos hasta donde podemos entender, no en vano fuimos grumetes antes que marineros de abordo. Y muchas veces hemos errado en tal sentido, pero tratando de abstraernos en la medida de lo posible de la lógica subjetividad, hay cosas que ni podemos compartir, ni creemos que sean justas, aunque haya otras que entren dentro de los cuadernillos de bitácora de cada capitán.

Lo que no ha podido el más vil y sanguinario de los piratas, no puedo consentir que lo pueda una realidad exagerada y dramatizada, mal llevada (por nosotros también) y que haga que las dos naves por mi más apreciadas encallen en los pétreos acantilados de la tozudez y el pensamiento conductista y determinista.

Hoy es viernes, y aunque pagó la novia que tengo en este puerto, invité a almorzar en una taberna del muelle a toda la tripulación, para decirles, que incluyendo nuestros reconocidos defectos y las inclemencias imprevisibles de la mar, tenemos la gran suerte de surcar los mares con la mejor de las tripulaciones.

Se acabaron las galeras, naveguemos con todo el velamen desplegado, viento en popa a toda vela, el timón dirigido a buen puerto y los grumetes avistando la tierra perseguida desde la cofa.

Con estos aparejos no me importa el barco ni la tempestad, sino la tripulación.

-Capitán, tierra a la vista.

- El futuro es nuestro y ningún bucanero nos lo va a arrebatar. Timonel rumbo a la isla del tesoro.

Algunas claves: años de trabajo en Alcalá, La Vera, “Las Toletas”, aprendizajes que me han proporcionado compañeros, amigos y alumnos, mi familia, la educación con ilusión y esfuerzo necesario, lo trascendente de algunas palabras dichas en el momento oportuno, y lo dañinas de otras que podemos pronunciar.

Hoy no puedo asociar el cuento que pretendía, puesto que no recuerdo el lugar en el que lo vi. Trataré de reconstruirlo al menos en lo esencial de su mensaje.

Un chico regresaba un viernes cargado con muchos libros, tantos que llevaba algunos en las manos. De pronto se le cayeron todos. Otro chico que pasaba por allí, viendo al joven triste, le ayudó a recogerlos y lo acompañó por el camino. Llegando a su casa y entre bromas logró arrancar una sonrisa del chico.

Con el tiempo se hicieron amigos inseparables.

Acabando los estudios universitarios el primero de los chicos fue elegido para pronunciar el discurso de graduación.

Éste se acordó de todas las personas importantes en su vida y las invitó al acto.

Cuando leyó el discurso, habló de la importancia de una palabra dicha en el momento justo, y de cómo cuando un viernes regresaba a casa cargado con todos sus libros y se le cayeron. Dijo que entonces había conocido a su mejor amigo, al que le debía el estar ese día allí. También contó la razón por la que iba cargado de libros: ese viernes había decidido suicidarse y recogía sus cosas de la taquilla del instituto para evitarle a su familia el mal trago de tener que ir a recogerlos. Su amigo, con una simple ayuda y unas palabras oportunas, le había salvado la vida y había logrado que no se perdiese un brillante futuro y una gran amistad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sería estupendo que cada uno de nosotros actuaramos con responsabilidad en el campo que nos corresponde dentro de nuestra situación. Pero cada día nos encontramos con verdaderas irresponsabilidades que nos hacen ver el por qué de como esta la sociedad.
Gracias a Dios las excepciones existen y en esas son en las que nos tenemos que fijar para no perder el norte. amlp

Jesús Hernández dijo...

Gracias por tu comentario. Es importante no perder el norte y aprender de los que a diario nos enseñan sin esperar nada a cambio.