martes, 20 de enero de 2009

* 77.- UN GRAVE PROBLEMA

Un día, temprano, acababa de llegar al trabajo. Tras los habituales saludos, veo como llega una compañera con rostro cariacontecido, con bastantes signos de preocupación. Tras un primer cruce de miradas, se dirige hacia mí, coincidiendo de lleno sus ojos con los míos.

Ya no lo puedo evitar, supe que algo le había sucedido, y, por lo preocupado de su gesto, me percaté de que el problema o sus consecuencias siguían latentes.

Mi primera impresión fue certera. La compañera me indicó la necesidad de irnos a un aparte para poder comentarme la gravedad de lo sucedido y pedirme consejo al respecto.

Yo comienzo a imaginarme de todo ante la tensión de la situación. Me siento incómodo al tener la sensación de estarme ocultando para chismorrear sobre quién sabe qué grave problema me va a contar la compañera. Le sugiero que salgamos al pasillo, pues no me gusta ocultarme para hablar cualquier tema.

La compañera accede amablemente.

Entonces comienza diciéndome que apenas había podido dormir a lo largo de esa noche, dándole más y más vueltas al problema. Añade que no sabe cómo va a poder resolverlo.

A esas alturas, yo ya me encontraba algo intrigado por el asunto, por lo que escuchaba atentamente a la compañera.

Entonces, comienza a relatarme con todo lujo de detalles el problema que le había quitado el sueño durante prácticamente toda la noche y como se lo había ocultado a otros compañeros por temor a que se preocupasen o por miedo a que la descalificasen.

Acto seguido me comenta las múltiples vueltas, complicaciones y horribles consecuencias de lo que le había sucedido, mostrándome toda la angustia de la que era capaz en ese momento. Casi podía imaginar esa cabeza dando vueltas en la cama, hora tras hora, alrededor de la misma situación y malaventurando sus terribles consecuencias.

Yo escuchaba de la mejor manera posible.

Una vez concluyó el relato, se dirige nuevamente a mí y me dice que ahora lo veía claro ¡Cómo no se le había ocurrido hablar antes conmigo!

El grave problema, ese terrible problema, había desaparecido, se había disuelto cual azucarillo en una taza de té, y todas sus nebulosas consecuencias se habían esfumado.

Ya no hacía falta mi consejo, nunca fue necesario darlo. Nunca se produjeron las consecuencias recurrentes.

¡Ay! Ese motor que todos tenemos y que tantas veces se pone en funcionamiento generándonos las mayores pesadillas que nunca llegan a suceder.

Y que fácil resulta a veces el verbalizar para liberarnos de los problemas imaginarios y como tratamos de evitarlo sumergiéndonos en esa vorágine circuncisa.

Por supuesto, el problema no era grave, y así lo comprobó la compañera.


Cuento: El Paquete de Galletas

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido amigo:
en estos últimos meses están sucediendo muchas cosas en mi vida que me han hecho poner en manos de entendidos para ayudarme a que yo tome decisiones importantes en mi vida, sobre todo por el bien de mi salud. Esto me ha hecho descubrir o darme cuenta que a veces la gravedad de las cosas está dentro de nosotros y no en las cosas en sí. Además, en algunos momentos, sólo con escucharnos en alta voz, nos damos cuenta que lo que nos parecía no era así.
Me alegro que tus compañer@s sigan dándose cuenta lo buena persona que eres y que se puede contar contigo. Yo fuí una de esas afortunadas.
Te quiero mucho amigo.
Un besazo. amlp

Jesús Hernández dijo...

Querida amlp:

Las personas como tú son las que nos hacen seguir adelante en la vida, a pesar de encontrar a diario cosas que no nos gustan. Nos hacen ver que hay esperanza y que aún no soendo perfecto, vale la pena hacer cosas por este mundo, aunque seamos imperfectos y miserables por momentos nosotros mismos. No fuiste una de esas afortunadas, creo que lo sigues siendo, y aunque no coincidamos tanto, seguimos estando a un correo o un golpe de teléfono de distancia. igual de fortuna tengo yo.

Sabes que siempre puedes contar conmigo. yo lo sé.

Un abrazo

Jesús