sábado, 28 de febrero de 2009

* 95.- EL VALOR DE UNA CARICIA

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"Quienes tienen dominio

sobre la palabra adecuada

no ofenden a nadie.

Y no obstante ,

dicen la verdad.

Sus palabras son claras,

pero nunca violentas...

Nunca se dejan humillar,

y nunca humillan a nadie."


A veces, las palabras son como las caricias, sin embargo, nunca pueden llegar a ocupar su lugar. El contacto físico con personas y/o animales, es una necesidad fisiológica demostrada por muchos estudios científicos.

En la anterior entrada terminaba diciendo que la tecnología nunca podría suplir al roce humano.

Es cierto que un email personal, original, cargado de sentimientos y palabras acertadas puede llegar muy profundamente a nuestro ser. Igualmente es cierto, que muchas veces nos limitamos a correos repetitivos y en serie, unos mejores que otros, todo sea dicho, en los que el mensaje subliminal que nos llega es que me he acordado de ti, y quiero compartir esto que me ha gustado. También sucede que muchas veces recurrimos a listas y enviamos correos a personas a las que no recordamos que estaban en la lista y, por lo tanto, le enviamos un correo sin saber que se lo estamos mandando particularmente. Yo personalmente, salvo para casos concretos, procuro enviar los correos poniendo una a una las direcciones, porque pienso en si me gusta mandarle el correo a cada persona. Muchas veces peco de inundar, por lo que ruego me disculpen, los envíen directamente a la papelera o simplemente me lo hagan saber.

Volviendo al tema objeto de esta entrada, decía que ningún buen correo puede sustituir a una caricia, un sincero golpe en la espalda, un apretón auténtico de manos, un abrazo o un beso.

A pesar de que el uso de lo socialmente correcto ha devaluado muchos de estos gestos en modas de sonrisas estiradas y besos a pares e incluso a tríos, todavía somos capaces de diferenciar uno auténtico y sentido, de otro socialmente aceptado.

Hemos perdido capacidad para hacerlo, pero si somos capaces de leer un rostro y de estar atentos a una mirada, podemos recuperar estos dones que siempre hemos tenido de forma natural, pero que un supuesto refinamiento ha adulterado.

Si miramos con los ojos de nuestro corazón, valga la metáfora, siempre notaremos la limpieza de una sonrisa, la que nos hace sentir bien porque va de un corazón a otro y no es producto del convencionalismo.

Hay momentos en los que te encuentras a gusto con una persona o con varias, en los que se crea un clima especial, en los que se establece una sintonía que nos dice que ese momento es único, irrepetible, y que te une para siempre a esa persona o personas, dejando una huella indeleble en cada uno.

Unas veces tenemos mayor conciencia de ello y otras nos sentimos bien sin saber exactamente la razón.

Es lo que algunos llaman vulgarizándolo o desnaturalizándolo tener buen “feeling”, o lo que puso de moda Daniel Goleman con sus libros sobre la inteligencia emocional que han llegado a todos los campos de la realización humana, desde la enseñanza hasta el mundo de las relaciones laborales, pasando por el deporte y las propias relaciones personales.

Hoy en día se hace más necesario que nunca tener un cierto dominio de estas cualidades, pues en la jungla social de diversos y muchas veces perversos intereses en la que vivimos, estas antiguas y a la vez novedosas herramientas son las que nos pueden no sólo permitir sobrevivir, sino sobre todo vivir.

En esta selva en la que la publicad y los discursos de políticos y vendedores se estudian al milímetro para tocar las fibras sensibles de las personas, nos permiten desarrollar todas nuestras posibilidades sin sentirnos prostituidos.

Se trata de conjugar nuestra parte más racional con la más primaria, que por mucho que pretendamos negar, tiene su importancia primordial. Muchas veces para racionalizar lo que sentimos sin justificación y otras para justamente lo contario, no dejar que el exceso de racionalización permita que un discurso bien elaborado, pero falso, nos termine llevando al huerto.

¡Cuántas veces sospechamos de algo aparentemente correcto e ignoramos la razón! Algo nos dice que nos están tratando de dar gato por liebre. Unas veces optamos por llevarnos por esa intuición y acertamos o fallamos, y otras nos sucede igual cuando nos dejamos llevar únicamente por la supuesta lógica. Cuando acertamos, dejando a un lado la fortuna, suele ser por compaginar bien ambos extremos, mientras que cuando erramos, nos pasa por sobrevalorar uno de los dos aspectos.

Ocasiones en las que imitas a rajatabla las expresiones de cualquiera sin ser consciente de ello, cual espejo emotivo que se deja arrastrar por las circunstancias del otro sin cuestionártelas, sin plantearte sin son tóxicas o beneficiosas para ti.

Se trata de ser tu propio líder. Cuando alcanzas tu propio autocontrol ya no necesitas líderes de cartón piedra. Necesitas de todos, pero tienes tu propia autonomía para decidir cual será tu propio camino. Te enriqueces con todas las aportaciones, pero eres dueño de tus aciertos y de tus errores.

Personas y situaciones en las que te sientes bien sin mediar palabra. Algunas veces conoces la razón, otras ni te lo planteas o la ignoras, pero siempre el valor de una sonrisa auténtica, un golpe cariñoso o solidario en la espalda, un abrazo a una persona que realmente sientes como amiga, o un gesto de complicidad, cuando te acompañan empáticamente en tus sentimientos sean cuales sean, cuando te sientes apreciado, escuchado aún en la no coincidencia, consolado, comprendido, respetado y amado te hacen sentir a gusto contigo mismo y con los demás.

Y nunca el más hermoso y valioso de los contactos virtuales puede suplir al roce humano y al valor de una caricia.

Historia asociada:

EL VALOR DE UNA SONRISA*












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