Y, por último, tengo que empezar por el final.
Apreté el puño con fuerza en un intento vano de escapar a la emoción. Intenté reprimirlo, pero cuando has estado junto a una persona que sabes que no va a estar, que se resiste con alegría a abandonar, que la transmite con toda una vida por delante, que la contagia y quita miedos, que te llena, no puedes evitarlo.
Por eso, sólo por eso, sé de lo que hablo.
La juventud no está hecha para eso, al menos escapa a nuestra conciencia, claro está, siempre y cuando la tengamos. Cuando tu ilusión es tan sencilla de cumplir, cuando eres capaz de asimilar lo peor, que más se te puede pedir, como no se te puede complacer, que negro corazón se puede negar a ello.
Falsos dogmatismos que sólo tratan de solapar, sin conseguirlo, miserias humanas que no superarán jamás de esa manera.
Lo siento, me llega al alma, no tengo corazón para aguantarlo. Igual hasta irrumpo para decirlo, para gritarlo, para contagiarlo a los ávidos de serlo y desenmascarar a los traidores a la vida, a los que cometen crimen de lesa humanidad.
Tan fácil como desgranar una sonrisa antes de ser imposible. y no me vengan con coñadas.
Regreso al principio.
Tres alegrías.
La primera.
Son las cosas que quedan, las batallas que después de contar y oír repetidas veces, relatas a tus nietos.
La primera, la confirmación de la intuición, del hecho de que la alegría y la inteligencia han vencido a los sátrapas habituales.
Sonrisa limpia que contagian sin llegar ni a la tontería ni a la obscenidad, que regalan con la naturalidad de la que sólo la juventud es capaz.
La segunda.
La madurez que no pierde la sonrisa, que la contagia con limpieza juvenil. Ni la presencia cotidiana del desamor la engaña, la profana y la destruye.
Aún así, la pérfida presbicia trata de no soltar la presa que cree capturada.
Pero no, cuando se libere del influjo lunático, ya nada podrá detener el triunfo de la razón, de la que brota de los más puros sentimientos.
Me alegro y lo disfruto.
Y la tercera, llegando al principio.
Siempre he sabido de tu valía. Siempre me has hecho sentir valioso e importante. Siempre has estado en mis noches de vigilia y teclados. Tecleo sentimientos y adaptaciones curriculares de veras para sentir zumbidos amigos que me despiertan cuando estoy despierto.
Nunca he comprendido tu afición al agravio personal cuando tu riqueza era tal, siempre he tratado de hacértelo ver, de hacértelo sentir, de que lo vivas hasta la última gota de agua del aljibe que representas, fresca en cada ocasión .
Si pudiera hacerte llegar uno solo de los acordes que escucho cuando pienso en ti, superarías cualquier duda que te corroe en tus entrañas sin saber la razón. Tratarías de perdonarte como hacemos los equivocados, untarías de aceite los recovecos de tu piel y se deslizarían por ellas los arrebatos de la avaricia sin llegar a lastimarte.
Mi agradecimiento es tal que supera tu imaginación y sólo puedo intentar devolvértelo tomándote el pelo y divagando a cerca de tus deslealtades contigo misma, entre adaptación y adaptación, pero con el valor que sólo la gratitud es capaz de emitir.
Mil gracias.
Ámate, mira el espejo del que brota tu verdadera imagen y comprueba que nos son pesadeces mías. Eres tú la que se ve reflejada en la luz del día, la que traspasa el espejo como siempre lo ha hecho, la que no necesita escuchar los murmullos maldicientes porque se muestra pletórica de sentimientos que contagian y se valoran corazón adentro, donde sólo los sanos, que no son pocos, pueden hacerlo.
Si te miras en ese espejo en el que yo te contemplo verás que todos miran en él, al menos los que saben hacerlo, al menos los que traspasan tu corazón.
Los demás no deben preocuparte, porque son incapaces de transitar por los teberites de tu ser, por los senderos que disfrutan de ti, mientras los demás paseamos sosegados disfrutando de tus paisajes.
Escucha el suave clamor, el murmullo que narra tus esencias y se las comunica a los libros abiertos que tú ayudas a leer, mientras se evaporan los restos del hedor inmundo que existe para poder valorar las fragancias que emites.
No mires más el lado oscuro que todos tenemos y disfruta de la amplia luz que posees y es presa (expresa) de ti.
No te la guardes, sigue regalándonosla como sólo tú eres capaz.
Sucedió como te conté que podía pasar, pero ahí está.
Dos mil gracias.
2 comentarios:
Quiero empezar por el principio, por darte las gracias por tus palabras de siempre, por tus palabras de ayer, por tus palabras de ahora... Sé que mi habitual verborrea no va a saber darle forma física a los sentimientos que has provocado. Quizá enviarte una sonrisa sea la única solución posible.
Sé que no te va a sorprender que te diga que tuve que leerte dos veces para convencerme de que hablabas de mí. Se me hacía imposible asumirlo. No voy a repetirte lo que ya te dije -escondiendo mis ojos tras las enormes pantallas de mis gajas- porque no me gusta regodearme en ese tipo de situaciones ni en su contenido, pero sí te quiero decir que tus palabras me animan a superar mis miedos; a pensar que siempre hay tiempo para perdonar (aunque ahora mismo no sea capaz); que siempre hay un sentimiento + que solapa y acalla a cualquier sentimiento -; que detrás de cada pensamiento autodestructivo hay un amigo que construye un puente con palabras, con miradas, con silencios...; que con cada lágrima que te hiela el corazón alguien te abraza con sus cálidas manos; que detrás de cada puño cerrado hay una emoción compartida (porque yo también sé de qué hablas)...
Gracias hacerme olvidar -o, en todo caso, asumir con naturalidad- los puntos negros (los que existen de verdad, los que imagino que existen, los que me hacen ver que existen...) y por descubrirme (no sólo hoy, no sólo ayer) los puntitos de los que he de tirar para descubrir las hebras blancas.
Lo que he aprendido de ti (desde la primera vez que hablamos, cuando compartimos la primera guardia, hace ya cuatro años) forma parte de la tesis que escribo cada día en mi corazón. Como la otra, sé que no está terminada. Necesito seguir aprendiendo... Espero que sigas siempre ahí, no para que me dediques palabras como las de hoy (las palabras más hermosas que jamás nadie me ha dedicado), sino para que construyas con tus sonrisas, con tus miradas, con tus palabras y con tus silencios un puente que me recuerde que no hay razón para acercarse al abismo.
Gracias por tus palabras.
Sabes que siempre estaré aquí, cuando aciertes, cuando falles, cuando te consideren, cuando te consideres, cuando te desprecien, te desprecies o te sientas despreciada. No te prometo nada, sólo estar y componer el mensaje que enseñas en tus clases.
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