miércoles, 26 de agosto de 2009

* 178.- EL MÁS VETERANO DE LOS SURFERS.

No sabía cómo había sido, pero de pronto se encontró en caída libre desde unos seis o siete metros.


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La marea estaba baja, lo sabía. Pocos como él eran capaces de conocer su estado tanto al norte como al sur de la isla sin necesidad de verla o leer un periódico.

Muchos eran los que a diario se lanzaban desde el Penitente, pero contados con los dedos los que se atrevían a hacerlo con la bajamar. Sobre todo, desde que Pototo, uno de los surfers más experimentado se había roto el espinazo contra un saliente. Pototo acabó en una silla para el resto de sus días.


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Pico fue quién lo rescató y le salvó la vida, al menos, lo que le había quedado de ella. Pototo nunca se lo había agradecido, más bien, cuando se emborrachaban, se lo acababa echando en cara, para más tarde acabar abrazados entre sollozos. A pesar de todo esto, Pototo nunca se había acobardado y continuaba surfeando con una tabla adaptada a la situación que entre Pete y Pico le habían hecho. Pete se encargó de todo lo que era fibra, de lijarla y Pete la decoró con su peculiar talento para los emblemas de surfers. Le había dibujado los símbolos surfers por excelencia, la mano con el dedo pulgar y meñique extendidos, mientras sostenían el del ying y el yang, como queriéndole decir que la vida tenía estas cosas pero debía seguir. Cuando Pototo se deslizaba en su tabla parecía olvidarlo todo y revivir mientras el aire del mar despeinaba su quemada melena surfera. Subía a la cresta de las olas y las bajaba como si nada hubiera pasado. Se sentía libre como la espuma que brincaba de las olas.



Pico siempre lamentó no haberlo invitado a unas cañas tal y como había pensado justo unos instantes antes de que se lanzase.

Pico era de los pocos que no tenía escrúpulos en jugar a lo que la mayoría consideraba la ruleta rusa. Para él, al menos eso creía, no era así. Conocía cada peñasco, cada hendidura, cada recoveco, cada saliente de lava que se adentraba en el mar hacia una muerte segura mientras se vengaba del mar al haber hecho avanzar unos metros más a la isla.

Esta vez fue diferente. Normalmente Pico hubiera observado con detenimiento la situación, ver el estado del mar, la evolución de las corrientes y el estado de la víctima. Se había lanzado sin apenas analizar la situación con su mente de surfer veterano y conocedor de todos los entresijos de la mar. Sin pararse a pensarlo, se enfundó sus aletas y cogió algo de lastre. No era consciente aún de lo que había sucedido.


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Muchas habían sido ya las ocasiones en las que había rescatado a algún guiri con su tabla, a algún chico atrevido e incluso el cadáver de algún desdichado que encontró flotando. La peor de las veces, fue una en la que, junto a Pote, llevaron a un padre y a un hijo hasta su desconsolada mujer y madre que desesperaba destrozada en la playa de cayados.

Por contra, eran muchas más las circunstancias en las que había devuelto la sonrisa. La vez que más grato recuerdo le traía, fue una en la que salvó a una joven que se encontraba inconsciente ya cuando llegó hasta ella. La cogió por detrás, sujetándola por el cuello. La giró, abrió su boca a la vez que tapó sus fosas nasales. Tomó aire y lo soltó en su boca. La joven no reaccionó, pero con la calma que le daba el haberse encontrado en esas circunstancias en más de una ocasión, volvió a hacerlo tres veces más, hasta que expulsó el agua de sus pulmones a borbotones. Se recuperó un poco, lo suficiente como para intentar llevarla a la orilla en medio de un mar agitado que rompía contra el acantilado. Para muchos hubiera sido una empresa imposible, pero Pico logró llevarla, entre aplausos de guiris, a tierra firme. Hasta le hicieron un reportaje en la prensa y una televisión local lo quiso entrevistar, pero el se mostraba alérgico a ese tipo de cosas.


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En esta ocasión, Pico no era consciente de que se había lanzado hasta que se vio cayendo. Se había dejado llevar por un impulso que provenía desde lo más profundo de su amígdala y no se había parado a realizar intento de raciocinio alguno. Algo le decía, sin transformarse en palabras, que debía hacerlo, pero no como un rescate más, ni siquiera para salvar una vida, sentía muy adentro que era algo más, pero no era capaz de saber qué.

La caída de la avioneta había quedado grabada en una esquina de su retina mientras la veía de reojo y sentía, sin ser consciente, que algo sucedía. Tras chocar casi en picado contra el agua, la avioneta se había precipitado hasta el fondo del lecho marino, quedándose momentáneamente alojada en un saliente de lava.

Pico se introdujo en el agua apandado su cuerpo como él sabía hacerlo para aprovechar la escasa profundidad del mar en ese punto y salir ileso de la lanzada. Braceó con rapidez, sumergiéndose para pasar por debajo las olas que rompían violentas, hasta que traspasó su zona de rompimiento. Entonces brincaba sobre ellas, quedándose suspendido en el aire por unos instantes, para caer después a plomo.

Pronto se encontró en la zona en la que se había hundido la avioneta. Aún salían burbujas de aire a la superficie, lo cual no dejaba de ser una buena señal.


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Apenas se detuvo a realizar unas cuantas hiperventilaciones para reducir la presión del CO2 y poder divisar el lugar exacto en el que se encontraba, cuando realizó una inmersión con fuerza, ayudado de los plomos, para aproximarse al avión.

Ésta era otra de sus aficiones, junto a la principal, que era sin lugar a dudas, el surf. Practicaba la inmersión a pulmón desde hacía años, prácticamente los mismos que con las tablas. En ambas situaciones sentía una libertad difícil de explicar, más aún para el submarinismo de estas características, que tantos riesgos presenta. El buceo autónomo, el pasearse por los fondos marinos sin depender del aire de la superficie, le producía una sensación maravillosa. Soñaba con prolongar sus zambullidas más allá de la agónica necesidad de respirar, pero nunca dejaba de lado la prudencia que semejantes riesgos necesitaba para poder salir del intento sin secuelas. Tenía un instinto que no le había fallado jamás, que le avisaba cuando era necesario dejarlo. Muchos amigos le interpelaban tratándole de hacer pensar en lo absurdo de limitar su paseo por los fondos marinos a unos pocos metros y unos miserables segundos a cambio de tanto riesgo, incluido el de la propia vida. Sólo podía responderles que el buceo a pulmón era una fantástica escuela de vida y que si el sitio era propicio, dudaba mucho que se arrepintieran de intentar una inmersión. Lo cierto es que mientras buceaba y surfeaba, ponía en orden sus ideas, veía las cosas con claridad y lograba esa relajación necesaria para llevar el día a día. Comparaba los escasos momentos que duraba una zambullida a cuerpo libre o los segundos en los que cabalgaba sobre una ola, con varias horas de meditación. Decía entender totalmente lo que sentiría un monje budista en medio de una de ellas. Es cierto que su manera de practicar ambas disciplinas era bastante diferente a lo habitual, tanto por la serenidad que transmitía como por la experiencia y los años de surfeo y de inmersión en los que hacía ya tiempo que había renunciado a pavonearse.

Cuando se encontraba próximo a la aeronave, pudo percatarse de que era una mujer la que la pilotaba.


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La miró como siempre dirigía la vista hacia las mujeres, que le entraban primero por la mirada y sus ojos, para después dejarse conquistar por su sonrisa limpia que se desdibujaba a través de las comisuras de sus labios, dándoles un hálito de misterio que ya lo atrapaban.

Pico se enamoraba de las caras, pero no se quedaba en ellas, sino que era capaz de traspasarlas a través de las ventanas de sus ojos y viendo el tipo de mujer que era y lo que les gustaba de ella, siendo capaz de traspasar lo puramente físico, sumergiéndose en los caracteres que la hacían única. No necesitaba que fueran de una belleza extraordinaria, incluso este hecho llegaba a molestarle. Lo que realmente necesitaba es que tuvieran algo peculiar que le transmitiera en un detalle toda una síntesis de sus ser. Era capaz de encontrar belleza en un simple y escondido rasgo, que pasaba desapercibido incluso a los ojos de su poseedora, a través del cual, descubrir toda su riqueza personal.

Era el rey de la playa, sin embargo ni ejercía de tal, ni lo necesitaba. Era el más veterano de los surfers, respetado por los más jóvenes a quienes les gustaba escuchar sus historias una y otra vez sin cansarse. No era nada pedante, ni fardaba de sus hazañas. Contaba sus historias con humildad, como si fuera otro el protagonista, poniéndoles el punto justo de incertidumbre cuando se reunían por la noche la peña de surfers en torno a una hoguera en la playa hecha con restos de madera. Tanto los jóvenes que lo escuchaban por primera vez, como los más veteranos, nunca se cansaban de oírlo una y otra vez. Incluso para las surfers, que ahora eran muchas, al contrario de cuando el había comenzado a danzar en las olas, que no había ninguna, él era del rey de la noche y de las olas. Y todo eso, a pesar de que muchos niñatos lo superaban ya con facilidad, mientras los años comenzaban a pasarle facturas y alguna vieja lesión mal curada le producía alguna que otra punzada más o menos esperada.


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Sin embargo, era todo un viejo lobo solitario. Nadie alcanzaba a entenderlo, menos aún con ese déjame entrar que poseía. Sólo los más veteranos recordaban una colega venida de fuera que tuvo y que al parecer lo había dejado marcado. Lo que nadie sabía, era que había sido ella la que lo había conquistado a él. Y lo había hecho por sorpresa, sin a penas percatarse de ello. Y es que él, el más valiente ante las olas y los fondos marinos, era poseedor de una timidez inimaginable para el resto cuando se enfrentaba a solas con una mujer.


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Se limitaba a mirar a las mujeres a los ojos, realizar ensoñaciones y amoríos robados a su imaginación hasta que su mirada era detectada. En ese justo instante, bajaba bruscamente la mirada hasta toparse de bruces con el suelo que se encontraba a sus pies. Esto desencajaba a las mujeres, haciéndolas sentir confusas y rechazadas, justo lo contrario que el hubiera pretendido. Se mantenía mirándose el empeine por unos segundos que se le antojaban eternos, cuando recobraba algo de valor para volver a mirar a los ojos a la mujer a la que entonces terminaba de rematar con su mirada cobarde, nerviosa e insegura que nuevamente volvía a lanzar al suelo, no sin antes haber compartido todos sus miedos. Las mujeres salían disparadas portadoras de la confusión y el rechazo del que se creían portadoras.

Pero esta vez no fue como otras. Tras mirarla unos segundos de manera relajada, sobre todo teniendo en cuenta la situación, no bajó bruscamente la vista, sino que lo hizo suave y lentamente, deteniéndose mucho antes de lo habitual, para enseguida, levantarla sin apresurarse, con la misma seguridad que presentaba en todas las circunstancias que no incluyeran mujeres a solas.

Ya desde un primer instante, proyectaba en su mente todo un maremágnum de sensaciones que parecían buscar salida por todos y cada uno de los poros de su piel.

El tiempo pasaba lentamente para él y también parecía suceder lo mismo con ella. En el interior de la avioneta quedaba un resquicio de aire que aún la mantenía con vida.

Su mirada volvió a cruzarse nuevamente con la de la mujer que pilotaba la avioneta. Ésta era, a pesar de las circunstancias, de una dulzura que terminó de deslumbrarlo como si hubiera mirado hacia la superficie y se hubiese topado de bruces con el sol, sólo que no lo encandilaba, sino que le transmitía y contagiaba toda su tranquilidad. Era una mirada limpia, cristalina como el agua que la rodeaba, que dejaba ver a través de ella.


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Sintió como le insuflaba todo el aire que necesitaba, no sólo para aguantar esa inmersión, sino para el resto de su vida. Era increíble como era ella la que irradiaba toda la calma necesaria, como si de algún modo comprendiese que la excitación no los fuesen a ayudar a ninguno de los dos.

Pasaron unos intensos e insignificantes segundos en los que sus ensoñaciones se prolongaron una eternidad.

La suave dulzura y serenidad del rostro de la aviadora parecía impregnarlo todo, infundía tales sensaciones que los peces parecían danzar armoniosamente a su alrededor, las algas se mecían con el suave movimiento del mar a esas profundidades que parecía ir su ritmo y hasta una estrella de mar se contorneaba graciosamente sin perder la compostura.


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Todo parecía conspirar para que ese instante, que debía ser de agobio y desesperación, mostrase un cariz de tierna complicidad con todos los elementos que configuraban la escena.

Volvió a mirar a la aviadora. La coincidencia de sus miradas sirvió para desarrollar una vida entera de ensoñaciones, que en esta ocasión parecían totalmente reales y creíbles. Con sus ojos se dijeron de todo, se traspasaron el uno al otro y se adentraron en sus sentimientos más íntimos, compaginaron sus vidas, conocieron y aceptaron sus defectos sin pretender cambiarlos y se vieron compartiendo una vida en común.

El tiempo parecía detenido, ajeno a sus circunstancias, no parecía despertarlos de sus ensoñaciones extrañas a toda realidad, al menos a esa realidad incuestionable: a la aviadora le restaban escasos instantes de vida y sus proyectos en común se tornaban inverosímiles a los ojos de cualquiera.

Entonces Pico, que aún no había intentado nada, tomó consciencia en ese instante de la situación y de cómo comenzaba a escapárseles la vida. Comenzó a sentir por primera vez la escasez de aire y la imperiosa necesidad de rescatarla.

Lo extraño de la situación es que Pico comenzó a intentar buscar soluciones sin perder los nervios y cada vez que intentaba una nueva e infructuosa acción destinada al rescate, curiosamente, más rescatado se sentía, como si fuera él el que se encontraba atrapado en la cabina del avión.

Sin embargo, todo intento se mostraba vano y por primera vez comenzó a sentir la imperiosa necesidad de salir a la superficie. Sintió como la glotis se le iba a bloquear en breve, como la implacable y letal hipoxia colgaba como una espada de Damocles que de un momento a otro le iba a caer encima si no abandonaba de inmediato.

Se resistía a hacerlo, pero la realidad se mostraba impepinable. Casi perdiendo el conocimiento, en un último instinto vital, soltó el lastre, y con el globo hinchado subió a la superficie. Llegó prácticamente inconsciente no sólo por la falta de oxígeno que estaba siendo ocupado por el CO2 y el nitrógeno, sino por la total inconsciencia de estar perdiendo al amor de su vida.


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Comenzó a abrir lenta y pausadamente los ojos. Los rayos del sol lo encandilaban. No había abandonado aún la serenidad que el sueño le había transmitido. Poco a poco se comenzaba a dar cuenta de que todo había sido un sueño, que había soñado con la chica con la que se había tropezado ayer en la playa. Se sintió feliz, a la vez que se partía de risa pensando en la imagen que de sí mismo había construido en el sueño. Él, convertido en todo un surfer veterano, cuando era de los más torpones e inseguros principiantes. Sólo se tornaba real en lo de la inseguridad que sentía cada vez que su mirada se cruzaba con la de una mujer. Ni siquiera su amigo Pototo carecía de movilidad en las piernas. Se partirían los dos, pero no las piernas, sino de risa cuando se lo contase.

Sin embargo, el sueño le había proporcionado un cierto aire de seguridad y suficiencia que calmaba su habitual inseguridad.

Se levantó, se vistió mientras desayunaba. Cogió su tabla, se la colgó del brazo y bajó hasta la playa.

Nada más entrar en el agua, se percató de la presencia de la chica, la piloto de sus sueños. Y vio como entraba a coger olas.

Nervioso trató de montar en la misma ola que ella. Los nervios lo traicionaron como de costumbre y fue a dar contra la chica tirándola de su tabla. Pidió disculpas entre dientes a la chica y sumido en su vergüenza, abandonó rápidamente la playa sin percatarse de que en el rostro de la chica había una sonrisa de complicidad y no se mostraba contrariada sino amigable hacia él.


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Pasó el resto del día tirado en su sofá sin querer saber nada de sus amigos ni de salir esa noche. Desconectó el teléfono e hizo como que veía la tele hasta que se quedó profundamente dormido.


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Sin darse cuenta, de nuevo, se encontró inmerso en un sueño.

Esta vez se encontraba tomando aire en la superficie como un poseso, casi a punto de haber perdido la consciencia. Hiperventiló sus pulmones y descendió nuevamente con las claras intenciones de rescatar a la aviadora. Esta vez nada lo detendría.

Al llegar comprobó como el aire de la cabina se estaba agotando justo en esos instantes. No tenía tiempo que perder. Sacó su cuchillo, y lo metió por una hendidura que había encontrado en la puerta de la aeronave. Forcejeó hasta que pudo abrirla. Ayudó a salir a la chica que no había perdido la compostura en ningún momento. Juntos subieron a la superficie con el poco aire que les quedaba, mientras se fundían en un abrazo igual de tierno que sus miradas.


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Al llegar a la superficie se despertó entre sudores de noche veraniega. Miró su reloj y vio que eran las seis de la mañana. El sol comenzaba tímido a mostrar sus primeros rayos, cuando decidió ir a coger olas. Se dirigía a la playa dispuesto a surfear y liberarse del nefasto día anterior. Llegando a la playa se dio de bruces con una chica que corría por el paseo de la playa. Cuando se disponía a pedirle disculpas, se dio cuenta de que era la misma chica.

Ungido por la seguridad que le habían transmitido los dos sueños, pidió disculpas a la joven, le dio la mano, la ayudó a levantarse. Coincidieron sus sonrisas y risas y quedaron para más tarde. Algo le decía que ya nada sería igual.

Un rato más tarde, cuando descansaba un rato de coger olas encaramados junto al Penitente, vio como Pototo se iba a lanzar. No era supersticioso, pero rápidamente llamó a Pototo y le invitó a tomarse unas cañas. Pototo le dijo que lo acompañaba y un suspiro vació sus pulmones por completo, quitándole un peso de encima.

En ese mismo instante apareció la chica. Se llamaba Luisa. Se lo había dicho por la mañana cuando tropezaron de nuevo. La invitaron a acompañarlos y juntos se fueron de cañas. Esta vez Pico iba como el más veterano de los surfers, sin tener nada que demostrar.

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Esta entrada está dedicada a

  • Dj Hada
  • Dj Cala
  • Dj Rosi
  • Dj Susana
  • Dj Leo
los miembros de



que me han amenizado toda la tarde con buena música.
Las cañas también son para ellos.
P.D.: Cala siento no tener sidra, espero que te valga
Un abrazo a todos

2 comentarios:

rams dijo...

Te felicito Jesús. Es un relato muy tierno,que me mantuvo intrigada hasta el final.Un abrazo.

Anónimo dijo...

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