viernes, 19 de septiembre de 2014

Sabes...

¿Sabes? No te lo conté en su momento, porque auqnue soy transparente de sentimientos, tampoco me voy exhibiendo abiertamente. No revivo momentos complicados, más bien forman parte de mí ser, de mi enriquecimiento personal. Porque, cuando tienes la conciencia tranquila, cuando has vivido rodeado de optimismo y lucha por la vida, cuando has sido aprendiz de ganas de vivir, intuyes que ciertas vivencias se no se quedan enquistadas en lo más hondo, y,aunque uno continúe con la vida pa' adelante, uno no hace acopio de fuerzas de flaqueza con su cuota de felicidad. Siempre quedan huellas, vestigios, restos o enteros de amor, porque así somos, humanos, al fin y al principio. Y yo no quería recordarte nada, porque yo también te leo entre líneas. 

Recuerdas... soy un libro abierto.

Por eso no te lo dije. 

No importa lo que vivamos, sino la intensidad y la honestidad con la que lo hagamos.

Siempre quedan huellas, pero no como heridas. Claro que añoramos, pero no desde la tristeza. Valen más 18 o 20 primaveras que el doble de lustros marcados por el dolor.

Por extraño que te pueda parecer, no pienso en dolor. Pienso en alegría. Mis recuerdos no hacen mella en mis entrañas. Al contrario, me han enriquecido, me aportaron y me siguen aportando.

Alguna vez te seguiré contando, pero siempre nos leeremos entre líneas.

Te mentiría si te dijera que a veces me giro entre sueños. Lo noto, quizás no como quisiera, pero no lo vivo como una pesadilla.

Uno regresa sobre las páginas de un buen libro, para releer aquellas frases que lo enriquecieron, pero si el libro fue bueno, nunca lo hace con recelo, sino para revivir o refrescar alguna enseñanza, no para quedarse atrapado en ellas.

Cuando has tenido algo grande entre tus manos, sientes perfectamente la diferencia. No idolatras, pero sabes que fue así. 

Lo recuerdas, pero no te haces daño con ello, porque te enseñaron a no hacerlo. Lo aprendiste. 

Lo vives con alegría, porque así fue. 

Cuando terminas una novela que te ha cautivado, te da pena cuando llegas a la última de sus páginas y lo cierras. Lo coges por el lomo y lo guardas en tu estantería de incunables escritos a flor de piel. 

Siempre hay un libro que te marca más que otros, pero, lo suele hacer para bien.

De cuando en cuando, lo relees con gusto, pero nunca para hacerte daño por haber disfrutado pasando sus páginas.

Conozco a Carme y te equivocas. También conozco a Inés.

Son parte el tributo injusto de esta modernidad equivocada, enriquecedoras de momentos y vivencias. 

Sabes... 






Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kamir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió.

Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kamir. Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros, y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de valla de madera lustrada.

Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.

De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar.

El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.

Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquél paraíso multicolor.

Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras: “Abdul Tarej, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días“.

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida.

Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquél lugar.

Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía: “Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas“.

El buscador se sintió terriblemente conmocionado.

Aquél hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba.

Una por una, empezó a leer las lápidas.

Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.

Pero lo que le conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años…

Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.

El cuidador del cementerio, pasaba por allí y se acercó.

Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

- No, por ningún familiar -dijo el buscador-. ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños?

El anciano sonrió y dijo:

- Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré…: “Cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:

A la izquierda, qué fue lo disfrutado.

A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.

Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media…? Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso… ¿cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?

¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo…? ¿Y la boda de los amigos? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas? ¿Días?

Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos… Cada momento.

Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutadopara escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero TIEMPO VIVIDO”.

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