Vamos cargados de sueños e ilusiones cuando amanecemos. Sin embargo, cuando tropiezo tras tropiezo debemos levantarnos, llegamos a pensar que los sueños nunca existieron, que las ilusiones fueron infantiles y que el mundo es el que es y no el que un día soñamos.
Entonces, el egoísmo se adueña de nosotros como una forma de autodestrucción. Llegamos a creer que sólo actuando así podremos defendernos de un mundo en el que no cabe la ensoñación. Y armamos un caparazón con yelmo incluido con el que creemos estar a salvo y desenvolvernos en la feria de las desilusiones.
Pero hete aquí, que nos damos de bruces con tangencias que nos abrazan al firme más pétreo. Tras la caída, cuestionamos todo. Ya no nos valen armaduras, yelmos, escudos protectores ni muletas o zancos que hayamos usado.
Sólo nos vale enfrentarnos cara a cara con la realidad, con nosotros mismos. Y nos vemos indefensos ante tan duro enemigo. Creemos injusto el combate y creemos no merecerlo, más aún cuando ninguna dama nos espera como recompensa. La única recompensa somos nosotros mismos, pero, desvalidos, no somos capaces de creerlo.
Dudamos acientíficamente, pero es que ya ni la ciencia prostituida nos ofrece resolución o guía alguna.
Prosaicamente, descendemos languideciendo hasta la extenuación, faltos de la energía necesaria para el combate, pero a sabiendas ya, de la necesidad de enfrentarlo de una vez por todas.
Y es entonces, cuando nos enfrentamos cara a cara, desnudos, con nuestras miserias y verdades, cuando nos decimos a la cara las verdades del barquero y nos preguntamos ¿qué hacemos aquí?, o mejor ¿para qué estamos aquí?
Es en ese momento, tras unos malos ratos, es cuando rebrotan en nosotros esas ilusiones y ensoñaciones preadolescentes que un día creímos falsas, ilusas, olvidadas y destruidas para siempre.
Es el reencuentro con uno mismo, con nuestra esencia, con lo que negamos por negar el mundo cuando este nos traicionaba o creíamos injusto.
Y en ese instante, vemos claramente nuestras miserias y las aceptamos como parte de nuestra condición. Y aceptamos las miserias de otros porque ya no necesitamos rechazarlas como pago esquizoide que recubra las nuestras.
Y recobramos los sueños y las ilusiones, sin necesidad alguna de armas defensivas. Nos mostramos tal como somos, sólo reservamos lo que queremos, pero no con miedo, sino con la alegría de quién no va a salir derrotado de batalla alguna. Porque ya no libraremos en ningún campo de batalla, nos limitaremos a vivir sin más límites que nuestra personalidad, con los aciertos de quién juega un partido por el placer mismo de jugarlo, sin tener en cuenta quién lo gane.
Así disfrutaremos las cosas que hacemos, de la vistosidad de algunas jugadas, de los fallos que, sin duda, cometeremos y entonces, sólo entonces, veremos las situaciones quizás, sólo quizás, como oportunidades que aprovecharemos y los problemas como posibles caminos a seguir.
P.D.: Mientras escribía, trataba de buscar un título para esta entrada, cuando pensé en uno y alguien me envió un correo titulado tal cual yo lo pensaba en ese momento, RE-encuentro. No podía ser de otra manera, ya que fue así como se generó esta entrada. Para ti mdl. RE-cuerda la tercera cosa que no debes olvidar. Es la más importante (No olvides pausar el aparato de música que se encuentra en la columna de la derecha para escuchar el corto del vídeo y el audiocuento del final).
Audiocuento asociado: La princesa busca novio (gracias por enviármelo)
Te entiendo y comparto perfectamente. Hace años escribí una historia de un ratón en armadura brillante, que se le rompió de tanto luchar y tuvo que salir ensangrentado para reconocer que solo era eso, un frágil ratoncillo asustado. En otras palabras, llega un momento en la vida en que la resumimos con palabras del estilo: "Es lo que hay", con toda tranquilidad. Un abrazo.
Gracias mjt por tus palabras. Entiendo que de alguna manera es la historia de como los humanos vamos cambiando la perspectiva con la que miramos a la vida a través de los años y la sabiduría, poca o mucha, que nos van dando los años. Un saludo
2 comentarios:
Te entiendo y comparto perfectamente. Hace años escribí una historia de un ratón en armadura brillante, que se le rompió de tanto luchar y tuvo que salir ensangrentado para reconocer que solo era eso, un frágil ratoncillo asustado. En otras palabras, llega un momento en la vida en que la resumimos con palabras del estilo: "Es lo que hay", con toda tranquilidad. Un abrazo.
Gracias mjt por tus palabras. Entiendo que de alguna manera es la historia de como los humanos vamos cambiando la perspectiva con la que miramos a la vida a través de los años y la sabiduría, poca o mucha, que nos van dando los años.
Un saludo
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